Autor: Dr. Enrique García Villarreal
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Muy buenos días, querido lector, le damos hoy la más cordial bienvenida a Primer Bat, un espacio destinado para estudiar y consagrar la memoria de una de las épocas más emblemáticas y representativas del béisbol mexicano. Nos referimos, por supuesto, a la denominada por muchos como la Época de Oro del Béisbol.
En Primer Bat haremos también un recuento de los hechos clave que constituyeron los orígenes y desarrollo de este noble deporte en el Noroeste de nuestro país y dedicaremos este espacio para rendir un merecido homenaje a todas esas grandes luminarias que nos ofrecieron un béisbol de alto nivel, demostrando con creces que Sonora y Sinaloa han sido y seguirán siendo semillero de peloteros con el talento suficiente para triunfar tanto en el plano nacional como internacional.
Difícil es hoy pensar en el éxito que han conquistado nuestros paisanos en el béisbol de mayor nivel en el mundo – como es hoy el caso de Julio Urías, Oliver Pérez y Giovanny Gallegos, por mencionar algunos – sin las contribuciones de todas aquellas personas quienes dentro y fuera del terreno de juego allanaron el camino y nos entregaron un béisbol de gran calidad por más de 75 años.
¿Qué fue lo que nos motivó a crear esta columna? El imborrable recuerdo de un hombre cuyas acciones a lo largo de su carrera profesional trascienden en el tiempo y lo han convertido en un héroe cultural de la comunidad Sinaloense. ¿Por qué el nombre de esta columna? ¡Paciencia, querido lector! Por una razón muy personal y que explicaremos en las próximas líneas.
Sabiendo cuál es el carácter de este espacio, no es de extrañarse que en esta primera entrega recordemos una fecha muy especial para el béisbol profesional mexicano. El día es el 27 de octubre y el año es 1945. La Segunda Guerra Mundial había concluido con la derrota del bloque Berlin-Roma-Tokio y México estaba listo para dejar atrás este horrible acontecimiento cuyas nefastas secuelas habían sacudido a todo el mundo. En las páginas deportivas de todos los periódicos de la época se reportaba sobre el gran desfile celebrado aquel sábado en las ciudades de Culiacán y Hermosillo para dar el banderazo de inicio de la legendaria Liga de la Costa del Pacífico (1945-1958), organizada gracias a los esfuerzos de muchos empresarios liderados por Don Teodoro Mariscal. La primera edición de esta liga contó con la presencia de sólo cuatro equipos – las dos ciudades capitales de Sinaloa y Sonora así como sus puertos más representativos –: Culiacán, Hermosillo, Mazatlán y Guaymas.
En Hermosillo se enfrentaron esa tarde en punto de las 15:00 horas los Presidentes contra los Venados de Mazatlán en “La Casa del Pueblo”, quedando empatados 5-5. Al día siguiente, el domingo 28 de octubre, los porteños le arrebatarían la serie en partido doble a su anfitrión, sin duda gracias al pitcheo del “Venado Mayor”, Daniel “Coyota” Ríos – quien sería reconocido como el jugador más valioso en esa temporada –.
En la capital Sinaloense se llevaría a cabo en ese mismo sábado el duelo entre los Tacuarineros de Culiacán y los Ostioneros de Guaymas, en el que es hoy por hoy uno de los estadios en pie más longevos de México: el Estadio Universitario – mismo que en noviembre de este año celebra un siglo de existencia –. El recordado cronista y fundador del diario ‘La Afición’, Don Alejandro Aguilar “Fray Nano”, fue encargado con los honores de lanzar la primera bola en este magno evento. Al mando del equipo ostionerio estaba el celebrado beisbolista cubano y veterano de las Ligas Negras, Agustín Bejerano, mientras que frente al timón guinda se contaba con el “manager campeonísimo”, el chihuahuense Manuel “Shorty” Arroyo.
Todo aficionado al béisbol sabe que el line up de un equipo es una de las decisiones estratégicas más importantes que todo manager debe tomar. Bien sabido es también que el cuarto bat pertenece al campeón jonronero, mientras que el noveno es para el bateador menos consistente. El primer bat fue, en ese día y por muchos años, para un chico delgado y de tez morena, quien a pesar de su mediana estatura lograría destacar en una carrera de más de dos décadas por ser veloz como una gacela y por saber pegarle duro a la pelota. Todos sus amigos y admiradores lo conocían como “Gilillo” Villarreal, mi “papá viejo”.
¡Imagínese, querido lector, la emoción desmesurada que debió haber sentido ese chico de tan sólo 18 años al ser el primero en pararse en la caja de bateo para representar a la ciudad que lo vio crecer! ¡Póngase por un momento en su lugar, frente al pitcher, con las manos sudorosas, rodeado por el alboroto producido por tres mil almas aplaudiendo y gritando su nombre, en el estadio en el que pasó sus años de infancia soñando con algún día convertirse en una estrella de este deporte! ¡Sí, ese mismo estadio al que acudía él a escondidas, después de hacerse la pinta de la escuela primaria Álvaro Obregón, movido por el llamado de su destino! ¡Dichosos todos aquellos que se aventuran a perseguir su sueño – cualquiera que éste sea – y lo alcanzan, pues ellos realmente han vivido!
Sin embargo, fue un partido difícil para Culiacán. Los Tacuarineros sólo pudieron producir cuatro hits durante el encuentro – dos de Blas “Máscara” Guzmán en la segunda y novena entrada, otro de Villarreal en la sexta y un último de Manuel “Negro” Morales en la novena –, mientras que Guaymas decidió el juego en el último episodio con hits de Alfredo Jiménez, Julio Alfonso y Luis Villanueva para un 2-0. Mientras Culiacán jugaba exclusivamente con peloteros locales, Guaymas había armado su equipo con gran talento cubano – entre ellos estaba aquel brillante pitcher, hijo adoptivo de Guaymas y admirado por todos los aficionados del puerto sonorense de la vieja guardia: Julio Alfonso –.
Desafortunado fue el desenlace de ese primer juego en el Estadio Universitario para Culiacán y para su manager, el gran Manuel Arroyo. Sin embargo, toda derrota recibida nos brinda una nueva oportunidad para reflexionar y aprender lo que nos hace falta para alcanzar nuestras metas. Por ello es que hoy en día recordamos al legendario “Shorty” como el “manager campeonísimo” del viejo circuito de béisbol, productor de todas las preseas obtenidas por Culiacán en la vieja Liga de la Costa del Pacífico y a quien se le rinde homenaje cada 25 de Enero con el “Día Manuel Arroyo” desde 1953 hasta la actualidad.